Caracas, junio 1° de 1812.
Mi amadísimo general: Combatido de varios afectos al comenzar esta carta, me limitaré á los hechos omitiendo discursos y aun explicaciones: va sencilla¬mente el caso:
El viernes por la mañana, 29 de mayo, junta la Cá¬mara de representantes, Grajirena, Sanz, Gual, Escorihuela, Peña y Carabaño, leyó el secretario un oficio del Poder ejecutivo que traía inserto el en que el generalísimo hacía varios nombramientos de empleados; y seguidamente se leyó también copia del resultado de la conferencia de 19 de mayo, que así mismo le pasó por no haberla recibido la Cámara de su diputado.
Tratando antes de todo de la ratificación de la con¬ferencia, que la Cámara se había reservado sin per-juicio de la ejecución, dijo Grajirena que se abstenía de votar sobre ella, porque antes había sido de dictamen
que no se accediese á dicha conferencia; pero habiendo pensado los demás que este no era motivo bastante para no votar en sus resultas, hizo la extraña, indecente y picara moción acerca de si los que habíamos sido nom¬brados por el generalísimo, podíamos votar sobre la ratificación de la conferencia. Conocí luego todo el de¬signio de esta moción: discurrí y discurrió Gual sobre ella: manifesté que no habiendo aun aceptado los em¬pleos éste y yo, no podíamos ser privados de las fun¬ciones de representantes que ejercíamos (Peña había dicho que había aceptado) y que supuesto que Gra¬jirena se fundaba en el interés con que nos consideraba por el afecto á la ratificación, militaba el mismo con¬cepto, aunque en contrario sentido, contra los que no habían sido nombrados por el generalísimo: desenvolví el fin de la moción, que era entorpecer un asunto tan grave y dejarle sin efecto: y protesté muchas veces contra el acto y los que siguiesen. La discusión fue bastante acalorada y se acordó que se llamasen los re¬presentantes Ustáriz y Escalona que no habían con¬currido por enfermos y se dejó para la tarde.
Había pedido el Poder ejecutivo una conferencia á la Cámara en concurrencia con el judicial, y á la tarde, no habiendo concurrido de los enfermos, sino Monte¬negro, se unieron todos y estuvieron discutiendo hasta las 12 de la noche. El punto era sobre si debían votar en la ratificación los nombrados por el generalísimo, pues el caso era hacerlos sospechosos; pero se mezcla¬ron los de si había éste tenido facultades, y si los nom¬bramientos destruían el sistema: cada uno hablaba so¬bre el punto que le dolía más. Grajirena dijo que no podían votar: Felipe Paúl que sí: Talavera que el ge¬neralísimo no había tenido facultad para nombrar y que se destruía el sistema de gobierno de Caracas: Sosa disparó á su gusto: Ramírez que podían votar y lo mis¬mo todos los del poder judicial: Gual habló sabiamente sobre la facultad que tenía el generalísimo en conse¬cuencia de haberse acordado en la conferencia la publi-cación de la ley marcial para estos nombramientos y toda providencia que creyese necesaria para la salvación de la patria, que se le había confiado: Sanz abrazó los tres puntos sobre si podían votar los nombrados; sobre si debía ratificarse la conferencia, y sobre las facultades ilimitadas del generalísimo; persuadió que podían votar los que no habían aceptado aún los em¬pleos: que la conferencia debía ratificarse sin demora: y además de lo expuesto por Gual, éste expresó en ella que publicada la ley marcial, las autoridades mi¬litares eran las primarias y á ella estaban sometidas las civiles: que residiendo esta autoridad militar y primaria en el generalísimo y estando todas las civiles sometidas y subordinadas á ella, no podía dudarse la facultad de disponer de estas como le pareciese en fa¬vor del objeto de estas concesiones que era salvar la patria: que se tuviese presente que las facultades or¬dinarias y extraordinarias concedidas por el poder de la Unión al generalísimo fueron ratificadas y sancio¬nadas por lo respectivo á este Estado de Caracas en una junta que hubo compuesta de los tres poderes y de los jefes militares: que la transmisión de estas facul¬tades en uno, no podía oponerse al sistema, ni á la vo-luntad del pueblo, como se decía, pues siendo el fin de la sociedad la conservación de su libertad y derechos, y conociendo las autoridades constituidas que no po¬dían lograr esa conservación en las circunstancias de peligro, si no reunían en un todo el poder, era conforme á la voluntad del pueblo hacerlo así mientras duraba el peligro, como conforme este paso, ó necesario al ob¬jeto de la conservación: que sería una insensatez cri¬minal que por conservar un sistema que se conocía ser incapaz en las actuales circunstancias, nos dejásemos destruir por nuestros enemigos: que siendo una trans¬formación momentánea, no se destruía el sistema ge¬neral, que recuperaría su forma ordinaria cesando las circunstancias: que este remedio era común en Roma sin que por ello se acabase la República cuando nom¬braba dictadores: que el Congreso había transmitido sus facultades legislativas en el poder de la Unión: y la Cámara de este Estado las suyas en el poder ejecu¬tivo el 27 de marzo con motivo del terremoto sin que en aquel caso ni en este se hubiese dicho que se tras¬tornaba el gobierno, como se decía ahora. Carabaño habló militarmente y dijo que debía pasarse por todo.
Suspensa la sesión hasta el otro día, sábado, á pre¬texto de no haber concurrido los representantes, se juntó la Cámara á las once ó doce, compuesta de Gra¬jirena, Sanz, Gual, Escorihuela, Motenegro y Peña, que no concurrió la noche antes. Cada uno dio su voto sobre si podían votar en la ratificación de los emplea¬dos: resultó que sí, menos Grajirena, que como buen viscaíno se sostuvo en que no.
Procedióse á la ratificación de la conferencia, que se ratificó con varios grados de limitaciones, como ve¬rá Vd. En la copia de votos que deben mandarle. Concluído este paso, dije yo que supuesto que si la Cámara no ponía embarazo, yo aceptaba el empleo, me abstenía de concurrir á los actos sucesivos, no por delicadeza, pues yo no la tenía sino en defender mi representación, sino en honor del generalísimo. Esto dije porque ya sabía yo lo que se hablaba ó intrigaba para persuadir que había una combinación entre Vd. Y sus amigos.
A pesar de las citaciones, no se juntó la Cámara, el sábado, y habiendo vuelto ayer domingo, fue necesario que el presidente Grajirena se valiese de la fuerza, en¬viando oficiales y ordenanzas á caballo para reclutar á los representantes é individuos del poder judicial. Sin-embargo habiendo pasado todo el día en requerimien¬to, apercibimientos y multas, pudieron juntar cerca de la noche los siguientes: Talavera, Escalona y Verrio, del Poder ejecutivo; Grajirena, Escorihuela, Montenegro, Ustáriz y un tal Delgado, clérigo, de la Cámara (éste es segundo del diputado de Calabozo y fue llamado á pretexto de suponerse que ha muerto el primero, aunque no consta de oficio). Resistió entrar y le apremiaron á que jurara y concurriera. Del poder judicial concurrieron Ascanio, Tejera, Ramírez y So¬sa. La sesión duró solamente hasta las ocho: la cosa estaba hecha. Hablaron Talavera, Ramírez y Felipe Paul, que asistió como secretario de Estado: los demás nada dijeron sino amén, ó si hablaron fue muy poco.
Las resultas fueron negativas, como Vd. Verá. Yo no asistí, ni á ver, ni oir; cuando yo llegaba á satisfacer mi curiosidad, se levantaba la sesión y todos desapare¬cieron inmediatamente.
Esto es lo que ha pasado… Vd. Sabrá lo que ha de hacer en este compromiso, asegurado de que siempre es suyo
M. J. SANZ.
P. D. — Me aseguran que se manda poner esta nega¬tiva en la gaceta.