(Reservada)
Caracas, mayo 26 de 1812.
Mi amado general: Aunque su carta del 21 supone hecha y concluida la conferencia, nada ha recibido la Cámara, ni de Vd. ni del comisionado Mercader; y lo que sabemos de sus resultas es imperfectamente por lo que dicen algunos particulares. Hemos echado de menos que se nos comunique, y nos vemos sin poder dar paso en la materia. Nuestro comisionado ha procedido de modo que ni aun el recibo de su comisión nos ha avisado. Siempre he creído que era más propio para lego de un convento que para representante de un pueblo.
Sea como fuere, yo estoy muy complacido de que la conferencia baya sido pacífica y que en fin baya armonía, unión y energía, efecto y consecuencia en el gobierno, pues sin esto no hay justicia, ni seguridad. Es pues necesario... ¿pero qué es lo necesario ? El general Miranda sabe muy bien que una nación que empieza, necesita más que las establecidas de virtud en sus individuos: de carácter nacional fundado en ella, y en el conocimiento de sus intereses. Mucho tiene que hacer el general Miranda empeñado en formar una nación. Población, armas, justicia, buena fe y costumbres. Lo primero puede conseguirse fácilmente acariciando á los extranjeros que apetecen con ansia fijarse en un país favorecido por la naturaleza para la agricultura y comercio. Lo segundo por buenas relaciones exterio¬res y con el premio á los introductores ó llamando y protegiendo á los artistas. Lo tercero haciendo que se establezcan buenas leyes, y encargando su ejecución á hombres juiciosos que procuren su exacta aplicación y que castiguen severamente los delitos. Mi general, el único arbitrio para que Vd. sea amado, es ser justo y hacer que los demás lo sean: un pueblo gobernado en justicia, adora al autor de su felicidad. Confieso á Vd. con dolor, que ni en el antiguo sistema, ni en el actual, observo integridad en los jueces: todo se compone y todo se corrompe: es mucha nuestra debilidad; y este es un mal muy grave porque los pueblos que nada saben de Poder legislativo, ni de ejecutivo, saben mucho del judicial, que inmediatamente los toca en su querellas y diferencias particulares: y por el proceder de éste deducen si el sistema es bueno ó malo.
Lo cuarto no podrá conseguirse sin que se introduzca confianza entre los ciudadanos. Pocos aquí hablan verdad: esconden por lo regular su malevolencia y se engaña al que se fía de las exterioridades y palabras. Ahora adularán á Vd. muchos; pero infeliz de Vd. y del Estado si se deja entorpecer con el silbo de los aduladores. Preguntado un filósofo qué animal era más perjudicial al hombre dijo: de los fieros, el maldiciente; de los mansos, el adulador. Y es tan poderosa y maldita la adulación, que aun conociéndola, emboba.
Predicaba uno en presencia del papa Juan XXII y advirtiendo éste que le adulaba dijo: ¿Es posible que sea tan dulce el silbo de la adulación, que conociendo yo que ese hombre me lisonjea falsamente, me agrade? Cuidado, mi general, no caiga Vd. en ese lazo: hará y se hará mucho mal, pues después de mil injusticias y errores concluirá Vd. por ser aborrecido y perderá el Estado.
Lo quinto, que son las costumbres, no puede adquirirse sin la ejecución diuturna de buenas y sabias leyes, análogas á la Constitución, porque lo que es bueno en Turquía puede ser muy malo en el Mogol. Influyen en las costumbres el clima, el temperamento, las ideas y otros innumerables agentes: el sabio y el juicioso gobernador es el que dirige bien las causas para que produzcan sus efectos.
Vd. no se aturda de mis desvaríos: cuando tomo la pluma para escribirle, sólo pienso estampar lo que me ocurre y parece bien, aunque satisfecho de que sea todo trivial; las cosas buenas, aunque se sepan, deben repetirse para que no se olviden, y porque lo bueno siempre es bueno agrada. Además, soy tan interesado en que Vd. se haga glorioso, que haría una traición á mis sentimientos, si dejase de decirle aquello en que me parece que consiste serlo, y como yo he amado á Vd. por sus virtudes, temo dejarle de amar si las olvida. El mando es muy resbaladizo y peligroso y los amigos que ven al amigo en ese riesgo, deben ponerse á su lado para apoyarle y darle la mano para que no caiga. Esto es lo que yo intento con mis paparruchas, y crea Vd. que no dejaré de decirle siempre cuanto crea conveniente á la felicidad del Estado y á la gloria de Vd. Este es mi carácter; nada he querido, ni quiero, sino á mis amigos; procuro conservarlos á toda costa porque sé cuánto vale un buen amigo. Vamos á otra cosa.
Aun no ha parecido el ciudadano Antonio Fernández de León de cuya elección estoy complacidísimo: es buen amigo, tiene carácter, es consecuente y firme, y enemigo de que se le trate con artificio. Siempre ha sido decidido por la causa de la América; pero es pundonoroso y delicado, siente mucho que se le trate mal. Ya he hablado á Vd. de este buen ciudadano en otra ocasión; deseo que venga y procuraré coadyudar á sus buenas ideas.
Delpech recibió ayer la orden de Vd. y marcha hoy. Desearía que Vd. se impusiese de mi correspon-dencia reservada con Orea, y de la instrucción que le mandé para introducirse con las naciones sobre nuestra independencia, siendo yo secretario de Estado. Amigo mío, algo pude haber hecho; pero la desgracia quiso que ocupasen entonces el gobierno tres hombres incapaces de lo que traían entre manos.
Delpech puede servir á Vd. de mucho: él tiene conexiones como verá Vd. por algunos papeles que tiene, y ha conservado en su poder. Óigale Vd. sobre los pro¬yectos ó negocios que Vd. quiera comunicarle y conocerá Vd. que discurre con acierto o con juicio. En cuanto á mí, puedo asegurarle que me ha servido y que me ha sido consecuente.
¡Quiera Dios dar á Vd. Acierto en todo! Así lo desea su verdadero amigo
Q. B. S. M.
M. J. Sanz.
P. D. — Acabando de salir de la Cámara en donde se sancionaron las dos órdenes colombianas y se acor¬dó que Vd. Llevase los dos escudos, colocándose el pri¬mero en la lista, supimos la ocupación de Calabozo por los enemigos. Aunque Vd. Me dice que cree insigni¬ficante esta ocupación, no deja de incomodarnos re¬presentársenos que hay allí, poca distancia al Orinoco: que por allí hay tropas nuestras que estaban en Guayana: que es necesario desconfiar de su adhesión, pues según escribe nuestro buen amigo Nicolás Ascanio, en esos partidos del llano han sufrido muchos ultrajes los vecinos y pueden estar descontentos: y que una irrupción de éstas atolondra, sobrecoge y desalienta aún a los valientes. Calabozo es un punto muy intere¬sante por su situación, y para los abastos de carne y bestias de silla y de carga, y ha sido uno de los pueblos más patriotas. Vd. Sabe lo que hace y sin duda tendrá mejores noticias de estos sucesos. Allí había hombres ricos y con dinero efectivo.
Aun no ha tenido la Cámara noticia oficial de las resultas de la conferencia y esta falta nos tiene incó-modos. Hemos acordado requerir al señor Mercader, nuestro comisionado, pues sin esto nada puede decir la Cámara, sin embargo de que todo se ejecute en consecuencia de dicha conferencia: no parece regular esta omisión y no sabemos á quién imputar la falta.