Documentos 1811-1816

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Caracas, junio 10 de 1812. Mi general: Recibí su apreciable carta del 4 con las copias de los oficios relativos á las diferencias con este gobierno, y bastará decir á Vd. que mientras que sus resoluciones se sujetaren para su efecto á la sanción de estas gentes prevenidas y animadas siempre halla¬rán inconvenientes y dificultades: serán ineficaces ó se debilitarán. El suceso de la misión de Roscio y Cor¬tés convencerá esta verdad. Ayer presentaron á la Cá¬mara el proyecto de la ley marcial y apesar de mis dis¬cursos y esfuerzos, se prolongaron las discusiones y de¬bates hasta las ocho de la noche que pasó con varias cortapisas. No repugno que las cosas, en especial tan importantes, se discutan, porque eso conviene para manifestar su justicia, conveniencia y utilidad; lo que me incomoda es el espíritu de rabia, envidia, y seduc¬ción con que se tratan, infundiendo groseras descon¬fianzas y bastardas sospechas para impedir el bien general y deprimir y hacer odiosos á los hombres de bien. ¿Cuándo, amigo mío, sacrificaremos nuestras pa¬siones á la patria? ¿Cuándo detestaremos el chisme y la calumnia? ¿Cuándo reinará la verdad en nuestros corazones? ¿Será posible que sea necesario emplear la fuerza, cuando sólo debe obrar la razón? No quiera Dios, mi general, que á Vd. Le sorpren¬dan los aduladores, chismosos é impostores: esta sería la última miseria nuestra. Entonces desesperaría yo de la empresa de nuestra libertad: este es el origen de los males de esta pobre ciudad: nada se reflexiona imparcialmente: no se busca la razón y sólo se empeñan los discursos para infundir desconfianzas, y comunicar al pueblo la malignidad que nos devora interiormente. No hay examen, sino prevención: no hay deseo de acertar, sino de triunfar en nuestros caprichos. No quiera Diós, repito, que esta gente logre malear la parte sana, y menos que consigan precipitar á Vd.; esto desean y á esto aspiran irritando con sus enredos á cuantos pueden hacerles bien, siempre que no sea con¬forme á sus ideas: ellos, en una palabra, quieren go¬bernar sin ser aptos para nada, y no quieren ser go¬bernados porque les es imposible confesar el mérito y aptitud ajena. Mi deseo es que Vd. Tenga paciencia para sufrir á estos infelices, procurando conducirlos al bien, sin desesperarse, ni abandonar la empresa, pues habién¬dose propuesto ser el corifeo de nuestra libertad, debe saber que tanta gloria no puede lograrse sin dificul¬tades grandes y grandes sufrimientos. Las almas gran¬des no se atemorizan ni detienen porque en las empre¬sas encuentren al paso inconvenientes y peligros. Pero es necesario á veces no despreciarlos, ni in¬tentar vencerlos siempre con la fuerza: el hombre po-lítico sólo usa de ella, como último recurso, porque los arbitrios casi siempre tienen mejor efecto. Conviene mucho acomodarse un tanto, ó parecer acomodado á ciertas preocupaciones, y por esto es que en la elección de empleados debe consultarse mucho la opinión que se tiene de ellos, porque bien puede ser un sujeto pro¬porcionado y no conocerse su aptitud y proporción en el pueblo. Los enemigos aprovechan las ocasiones, y por más que el jefe tenga fundamentos, ellos hacen creer que son pasiones, predilecciones y objetos no bien or¬denados. Julio César, aunque en realidad era un soberano, hacía aprobar por el senado lo que quería, y de este modo conseguía que sus enemigos callasen y el pueblo le elogiase. Mirése Vd. Bien en las personas que emplea: deténgase Vd. Mucho en esto. Es siempre suyo: Q. B. S. M. M. J. Sanz.